Todo el mundo
El gran mito de la segunda mitad del s.XX. Basado en una realidad histórica: los activistas anarquistas que, hace un siglo, pretendían destruir la sociedad mediante asesinatos y sabotajes aleatorios. Hoy ya no quedan verdaderos terroristas. Hay activistas que usan la violencia como se ha hecho siempre desde que existe el concepto de poder. En realidad violencia y poder son y siempre han sido la misma cosa. Pero la huella de los terribles y olvidados asesinos nihilistas, convenientemente manipulada e instrumentalizada por el poder vigente, ha creado un nuevo mito destinado a quedar marcado en el inconsciente colectivo occidental. El terrorista es un ser imposible. Tiene un aspecto profundamente repugnante aunque sorprendentemente normal, en foto de ficha policial o en borroso vídeo doméstico. Es a la vez fanático religioso y mercenario sin escrúpulos, cobarde y mártir, monstruo inhumano y delincuente común. Es imposible distinguir sus hechos de los de los de un guerrillero, resistente o partisano, pero por algún mecanismo mágico, en lugar de actos heroicos, el terrorista comete barbaridades repugnantes. Representa una amenaza insoportable a pesar de matar a muchísima menos gente que el automóvil, el tabaco, la gripe, el trabajo, los pesticidas, el sedentarismo o el Estado de Derecho. Tiene la capacidad de transmutar la violencia oficial en justicia, y de convertir a todas sus víctimas, civiles o no, en inocentes. Desde el año 2001 el mito del terrorista ha dado un salto cualitativo hacia lo sobrenatural. Es líder de una organización inmensa y omnipresente pero indetectable. Se esconde en cuevas supersofisticadas de países remotos e incomunicados y desde allí dirige a decenas o centenares de miles de asesinos nadie sabe cómo. Y cuando le buscan en su cueva, sólo encuentran mugre, polvo y guerrilleros comidos por los piojos y la sarna. Se le supone en contacto con diversos regimenes odiosos, pero por una razón o por la contraria, todos los gobiernos del planeta le odian. Se ha convertido en un icono mediático ante cuyo brillo cegador palidecen las estrellas del fútbol, del Rock e incluso de Hollywood.
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